Revista Proza

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INCRUENTOS

LA CRIATURA

Un repartidor de pizza tomó uno de los papeles acumulados en el mostrador, la dirección le resultaba familiar: «Calle Agustín Pérez Zaragoza, bloque D, 4º izquierda», escrito con pésima caligrafía. 

(Allí vivía la criatura)

Durante su niñez no paraba de burlarse por el aspecto de su hijo cuando solo llamaba a su puerta para que saliera con esa criatura entre los brazos, pues su cabeza estaba deformada al igual que su abdomen, en el cual pequeños bultos apretaban su suave pijamita de lunares blancos. 

Pensó que ya no recordaría todo esto o lo tomaría como una simple anécdota, pero por desgracia existen personas muy rencorosas: «Qué pequeño es el mundo», murmuró con el pie en el acelerador rumbo a esa dirección.

Al llegar al portal, el bloque de pisos estaba bastante deteriorado. Muchas persianas tenían algún agujero y el color del hormigón era la única decoración de la fachada, por no hablar de la colección de firmas que dejaban los grafiteros sobre los muros del edificio.

( AquI viVe la CriaTurA)

Un escalofrío recorrió todo su cuerpo cuando al bajar del ascensor una mujer octogenaria le esperaba apoyada en su bastón.  

—Muy amable por subir hasta arriba —manifestó mientras recogía su pedido—, se le ha antojado una pizza al niño—. En ese momento la mirada de la anciana lo analizaba de pies a cabeza.

—Tu cara me resulta familiar— alegó vacilante. 

—No le conozco señora —mintió con una sonrisa en la boca. 

—Nunca olvido una cara —afirmó asintiéndole con el dedo índice—, soy como mi hijo, que siempre las recuerda—. Tras un silencio incómodo continuó hablando—, pero por desgracia no está aquí ahora y no controlo esto de las nuevas tecnologías para decirle que ya ha llegado su cena, ¿podrías ayudarme a encender el teléfono para decírselo? —rogó la anciana invitándole a pasar. 

—No lo dude, pero intentaré no estar mucho tiempo que estoy de servicio.

Decidió invitarle a un café mientras el repartidor intentaba reiniciar su Nokia 1100, pero al regresar con la bandeja había olvidado traer los hielos. 

(El salón estaba decorado con fotografías de la criatura)

—¿Podrías acercarte tú en un momento al congelador? —preguntó llevándose las manos a la zona lumbar. Sin embargo, cuando entró en su cocina todo estaba desordenado y la encimera rociada de migas con un cuchillo de sierra apoyado en la bandeja de madera.

—¿Dónde habrá puesto la bolsa con hielos? —, en este seguro que… —no pudo concluir la frase al ver que en su interior yacía el cuerpo congelado de la criatura. 


DISCUSIÓN SOBRE LA MUERTE DE UNAS LÁPIDAS

En una antigua ciudad abacial, en el sur de esta parte del país, comenzó a llover mientras dos lápidas discutían sobre los últimos sepelios realizados en el cementerio. 

Una defendía que la muerte es algo natural que viene con la llegada de la vejez; la piedra se convierte en polvo; las flores se marchitan; del cuerpo afloran gusanos, todo es un proceso. Sin embargo, la otra alegaba que la muerte es algo espontáneo resultado de la casualidad; puede caerte una teja en la cabeza, atragantarte con una loncha de jamón o con un alfiler… La primera lápida argumentó que eso era imposible, pero para mala suerte de esta un relámpago impactó sobre su losa de granito desintegrándola. 


LA PESADILLA DE LOS CABELLOS ARRANCADOS

Una niña fue a su cuarto tras un día agotador después de su cumpleaños. Metida entre las sábanas empezó a dormir, pero su hermana mayor llamó a la puerta. 

—¿Te han regalado muchas cosas? —entonó con interés—, por cierto, ¿no vas a deshacerte esa trenza tan fea que tienes? —. Añadió al ver las ondulaciones brillantes del nudo de su coletero. 

Durante la fiesta su madre había contratado a una monitora para entretener a los invitados con diferentes actividades, ella pidió que le hiciera un trenzado con lazos de color rojo. 

—No —gruñó.

—No querrás qué esta noche venga la mal peinada a arrancártela, ¿verdad? 

—Ya soy mayor para creer en esas cosas.

—Pues esta noche no vengas a mi habitación llorando —concluyó la hermana mayor de un portazo. 

—Envidiosa —escupió antes de recostarse en el colchón. 

A media noche no paraba de dar vueltas en la cama; pues notaba un tacto diferente al de otras veces, hasta descubrir que era cabello humano; asustada, saltó del colchón, encendió la luz y una larga trenza salía de su cama en dirección al pasillo. 

Al recorrer toda su casa siguiendo el trenzado entró por la puerta del salón, donde concluía.

—¿Por qué termina aquí? —se preguntó indecisa. 

En ese instante notó como alguien agarraba su pelo con fuerza. Arrancando de raíz varios mechones de su cabeza hasta volver de nuevo a la cama, donde despertó alterada. Con unas tijeras y el final de su trenza cortado sobre la almohada.

—¡ENVIDIOSAAA!


PARALISIS DEL SUEÑO

(Los pasos de un niño llenaban el ancho de la habitación, dónde yo dormía)

—¡No puedo moverme! —pensó al solo poder parpadear —¿Quién anda ahí? ¿qué diablos sucede?

(Los pasos del niño se pararon en seco justo delante de mis pies, al final de la cama)

—Eres real —confirmé al notar sus pies hundirse en el colchón e impregnar su aliento por toda mi oreja.

—Brrrrrrt brrrrrrrt brrrrrrrr.

—¡Déjame en paz!

—Brrrrrrt brrrrrrrt brrrrrrrre.

—¡Vete! ¡Vete!

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